Érase una vez un reino, muy pero muy cercano, en el que un día nació una pequeña niña que se llamaba Revolución Ciudadana. La pequeña Revolución crecía y crecía y la mayoría de habitantes del reino estaban contentos con su presencia, que ellos mismos habían invocado durante una larga noche. Cuando la pequeña cumplió dos años, todos los oráculos decían que quienes amaban a la niña, ahora eran doblemente numerosos. Así que los habitantes decidieron confirmarla en su segundo cumpleaños, para ver si así evitaban el regreso de la Serpienta Socialcretina, Alvarí Babá y los Cuarenta ladrones (son un poco más, la verdad sea dicha) y Pinocho Mi Conejito, que había huido con sus parientes luego de atracar el reino, perseguido por los lugareños tan solo cuatro años atrás. Convocaron entonces a una gran elección para ver si la pequeña era ratificada como soberana.
Sucedió que todos los Antiguos Reyes Picados, más bien sumamente cabreados por no poder seguir exprimiendo a la gallina de los huevos de oro, enviaron a sus heraldos a leer bandos falsos por todo el territorio, tratando de sembrar el terror entre las buenas gentes de la comarca. Decían que la pequeña Revolución Ciudadana iba a crecer tanto que se tragaría todas las leyes, las iglesias, las notarías, las dulcerías, las sastrerías, a los niños (adobados con tomate) y a la inversión extranjera que nunca había visto nadie, pero que ya se habia ahuyentado, decían. Que sería tan peligroso que creciera, que destruiría los reinos vecinos: la muy pacífica y muy leal Paracolumbia y la próspera y culta Fujimorigarcilandia. Que acabaría con algo que ellos llamaban democracia que consistía en que el más fuerte hacía leyes para joder al más débil haciéndolo trabajar por migajas que luego se comían los pajaritos. Si los pusilánimes moradores protestaban, la democracia consistía en darles de palos, asfixiarlos con feos gases del ogro liberal y ajusticiar alguno de tanto en tanto, para escarmiento de los demás.
Pero volvamos a nuestra historia. La pequeña crecía en tamaño, en apoyo y en inteligencia, así que enfrentaba las mentiras de Pitufo Gruñón, Gargamel y Pitufina, que era como se llamaban los heraldos de los Antiguos Reyes Picados, con bandos diarios e ilustrativas explicaciones sabatinas, que muchísimos habitantes oían voluntariamente, para mayor disgusto de aquel trío de hijos de la grandísima y astuta Zorra. Como no podían solos entre todos ellos contra la pequeña Revolución, llamaron desde sus blackberrys a un Gran Mago, cuya embajada estaba ubicada al lado del hospital de SOLCA, atrasito de Megakywi.
El mago, que tenía muchísima experiencia en destruir pequeñas Revoluciones a través de la guerra de operaciones psicológicas o guerra de quinta generación, era buenísimo con los hijos de la Gran Zorra y amaba con predilección a Pinocho Conejito a quien, sentado en su regazo acariciaba y le susurraba al oído “mi conejito”, con maternal ternura. Alvarí Babá era muy querido también porque los impuestos que evadía, los invertía entre los prestamistas y negocios del Gran Mago y con el resto hacía el ridículo en ostentosas fiestas con el jet set. La Serpiente socialcretina tenía un lugar de privilegio en su corazón porque, aunque alicaída, había sido un leal lacayo durante muchos años y había apaleado y torturado y hasta desaparecido a algunos parroquianos que no querían bien al Gran Mago.
El Gran Mago había llevado la democracia, entre otros, al lejano reino de Persia, a la pequeña isla que se llama igualito que una fruta que se llama granada, al reino del Canal de Dos Océanos, a la ínsula de Watemala y al reino de Shile, que había terminado flaquito, flaquito en el mapa luego de 16 años de régimen de adelgazamiento llamado la Dieta Pinocheta. En esos países todos habían conocido a la señora democracia, una vez que Gran Mago había eliminado directa o indirectamente a sus enemigos en aquellas tierras ajenas. Aquellas acciones le habían granjeado una enorme reputación a Gran Mago, y ella había crecido a límites impensables con el buen gobierno de Jorge Watercloset Arbusto, quien aparte de llevar democracia, había enseñado el camino a la riqueza, que se llamaba libertad de mercado, que consistía en que sus amigos gozaban de tanta libertad que se robaron todo el oro, y el resto de sus súbditos tenía que pagar de su bolsillo y luego no tenían ni para ir al mercado. Jorge Arbusto practicaba la política del Buen Vecino, que consistía en que nosotros éramos los buenos y ellos eran los vecinos.
A pesar de las malas artes de Gran Mago, de los bandos mentirosos de los hijos de la Gran Zorra, y de los flautistas al servicio de Alvarí, Pinocho y la Serpienta, los habitantes de aquel reino no eran co...nejitos y ya no se dejaban engañar, pues con sus propios ojos veían a diario que nuevos caminos se hacían, que la joven Revolución no robaba los huevos de oro, sino que los compartía con los moradores para que hicieran casas, con los niños para que comieran en sus escuelas y con los hospitales para que atendieran a la gente. Los médicos recorrían el reino mucho mejor pagados y con mejores ungüentos y los prestamistas ya no se enriquecían con la usura ni quedaban impunes, pues se les hacía devolver lo mal habido. Las riquezas del reino ya no iban a parar a manos de Gran Mago, sino que se quedaban en el reino. Así que los parroquianos votaron un 26 de abril por confirmar a la jovencísima Revolución Ciudadana, que era de todos, pero de una manera decente, no como la gran Zorra, madre los pitufos que era de todos, pero de todos los que le llegaban a la tarifa o al precio.
Entonces, todos fueron felices. Los habitantes porque tendrían a su pequeña Revolución Ciudadana que sería saludable y crecería mucho tiempo más. Pero amiguitos, aunque no lo creáis, también Pitufo Gruñón, Gargamel y Pitufina estaban radiantes pues tendrían trabajo para mucho tiempo, igual que sus gastroenterólogos. La Serpienta, porque podría seguir conspirando para independizarse del reino, Alvarí porque era tan inmensamente rico como estúpido y no le importaba seguir despilfarrando su herencia entre un ejército de sanguijuelas que vivían de su sangre y; Pinocho, porque podría seguir recibiendo puntualmente su enorme salario del Gran Mago, en su calidad de agente encubierto.
Y Colorín Colorado, este cuento ha comenzado.