viernes, 3 de julio de 2009

SOMBRAS DEL CERRO DE ORO

La noche había resultado agotadora en medio se sombras de fantasma y recuerdos rancios. Raquel abrazó fuertemente la almohada luego de autorizarle cinco minutos extra al despertador. No sabía decir en ese lapso se durmió o se despertó, pero recuerda con claridad el momento en que el piquete de la guardia rural la encontró en pijama arrastrando con cadenas una manada de cinco dragones domesticados, que pisaban torpemente el plantío de lechugas del teniente político de aquel pueblito, al tiempo que sus alientos cocinaban los últimos rescoldos del naranjal aledaño, y aterrorizaban a las niñas que a esa hora llegaban a la escuelita primaria. A pesar de una jugosa oferta editorial en euros y otra filmográfica en dólares, Raquel jura hasta hoy no saber nada acerca del arte de domesticar dragones.