martes, 13 de octubre de 2009

martes, 6 de octubre de 2009

DOS NIÑOS BORDEANDO UN LAGO

En los altavoces suena repetida hasta el cansancio una canción de Los Iracundos"te llamé, porque hace un año, que no hablamos..." y los niños se lanzan arena y risas., ajenos al mundo. Tienen ocho años cada uno y el sol es una promesa y no un látigo para sus espaldas llenas de gotas y arenitas. Corren, bordeando el lago, en la frontera entre el agua y la sed, entre la playa y el agua. El lago de Izabal es un pequeño mar de agua dulce, con olas y arenas candentes y con una playa sin sal, desde donde no se mira la otra orilla.
Los niños arden por dentro, contaminados con un fueguito azul, que no saben nombrar. Las almas, pequeñitas como luciérnagas, ni parceladas, ni vendidas; los ojos asombrados el uno de su reflejo en el otro. El se atreve, audaz, y la toma de la mano. Ella no dice nada y sigue corriendo, a su lado. Él enrojece por su atrevimiento, y la suelta. Nunca las bocas compartirán alientos, nunca un abrazo cruzará la frontera de humedad, porque aún su hora no ha llegado. Ella le dice mirándolo a los ojos con intensidad:

-¿Y por fin, te vas a decidir?

Yo me quedo sin mover un músculo, esperando la secuela de esta frase, extraña a los ocho años de edad. Él ha enrojecido como un tomate a término y rígidos los músculos, baja la mirada. Ella lo remata con otra frase, mientras la arena dorada cae como bendición de su cuerpecito de ángel en capullo.

-¿Me vas a tratar de tú, o me vas a seguir tratando de usted?

Me los llevo en una foto, para revisarla detenidamente en casa, esperando descubir en ella y recuperar para mi, si posible, la mirada del asombro.

domingo, 4 de octubre de 2009

EDIFICIOS NEGROS

El cortejo de damas de compañía bajaba al salón principal bajo un pesado manto de silencio y desolación, igual al que se le había impuesto a toda la población, aquella tarde soleada del 9 de septiembre de 1541, en que fue nombrada gobernadora de Guatemala la Sinventura Doña Beatriz de Alvarado. Pedro, su esposo, conquistador de las tierras de Guatemala y su gobernador hasta días antes, había perdido su buena estrella y la muerte, que tantos indios había liquidado encaramada a la grupa de su caballo se le había puesto enfrente en la batalla de Nochiztlán, para convertir en viuda a Doña Beatriz.
-Id y pintad del más negro aceite todo palacio y no dejéis en la ciudad vestigio de granates ni azures, que lo que Doña Beatriz llore, hasta las ventanas lo lloren en su auxilio.
Desolada, había mandado a pintar de negro el edificio, los aposentos, y las principales casas de Santiago de los Caballeros de Guatemala, para imponer a todos la espesura lúgubre de la tristeza en que agonizaba su viudez. Varios días, las lluvias desparramaron como lagrimones, los restos de pintura por entre los cantos rodados de las calles, y se metieron por las cerraduras en las casas de los nobles y en su vista, rodeada de negritud y noche. Las casas de los indios siguieron como si tal, llenas de noche como estaban desde el asombro del primer arcabuz y el primer caballo vistos, rojo el corazón por la muerte del tirano.
Cuarenta días dicen que duró el Jesús que Alvarado había traído, sin comer, en el desierto, luchando contra el demonio. Cuarenta nomás, pensaban los indios, acémilas de dos patas del barbado, milagrosamente sobrevividos del hambre, muchas veces cuarenta días con sus noches y sus latigazos por raciones de a cientos. La mancha negra, lo cierto, es que se tomó las raíces en las milpas y todo el maíz se volvió negro, el cristo pálido de Catedral, negro se volvió y la corriente bajada del Volcán de Agua, no solo que se hizo negra, sino que además empezó a volverse cuesta arriba, sin saber que aquello era contra natura y cuestión de diablos.
Cuarenta horas nomás duró Doña Beatriz en el trono, pero no las sintió volar, de tanta lágrima que había agotado hasta el aliento de las campanas. Triste, cegada por la pena y la traición de la muerte enamorada, antes aliada y ahora amante en la ceniza postrera del cruel Don Pedro. Dicen algunos que el volcán, saturadas sus vísceras de negritud, no pudo contener más oscuridad y devolvió a la tierra magma y fuego amarillo y rojo, de la mixtura de su entraña, para quitarle el luto a los demonios de a caballo y devolverle el color a los hombres de maíz.
Así la encontré yo, a Ciudad Vieja, sepultada más de cuatro metros bajo el lahar ya olvidado. pero repletas las paredes y las plazas de colores y brillos. Solo Doña Beatriz, de negro profundo hasta sus tuétanos, enterrada viva en su aposento de linaza y negro de humo, aun llorando lagrimones negros por el amor sin regreso, indiferente ante el llamado viejo de la muerte. Los hombres de maíz, tomando atole dulce y bailando con sombreros con mujeres de maíz y atole y granate y azures, también bajo el ala del sombrero. Y el corazón, que no entiende lo que de historia entiende la cabeza, con ganas de bailar por el fuego, y por el oro y grana que con que el volcán devolvió los colores a esta tarde de octubre, y el mismo corazón ahora sombrío y con ganas de pintarlo todo de negro, no por el maldito Don Pedro, -el demonio lo tenga esclavo-, sino por Doña Beatriz, a quien en el valle de Almolonga, yo, venido de tan lejos, soy el único que la oye llorar el amor que no regresa.

viernes, 2 de octubre de 2009

DOS LADOS TIENE UN ESPEJO

Salir al a calle en San Salvador parece, según se percibe, una aventura mayor aún que caminar solo por la capital guatemalteca. La Mara Salvatrucha y la M18 son los nuevos amos del asfalto y el cemento. Desde la prisión, sus líderes han convocado a golpear los barrios de clase media alta con secuestros express, robos de autos y asesinatos. A la Mara no se ingresa, se brinca. De la Mara no se sale, uno simplemente se tranquiliza. Esto significa que uno se ha convertido en siervo de Jesús, sin haber dejado la Mara. Uno va al culto, aplaude, llora, reza, cae postrado de rodillas, pero si se es convocado a un asesinato por el líder de la Mara, se debe cumplir con el compromiso de sangre. A la Mara, si se es hombre, se brinca recibiendo una golpiza por parte de los demás colegas. Si se es mujer, se hace el trencito, que implica tener sexo con todos los miembros del colectivo marero, en una sola jam sesion.
Salir a la calle es una aventura para dementes o alucinados. Se sale, desde los barrios altos, en auto propio solo a los malls o a sitios cerrados, de los mismos barrios altos. Si uno decide, como Armando y yo, salir al centro, se llama un taxi. Armando lo hace por los dos:
-Por favor, un taxi para el Alcázar- lo dice en su mejor acento cubano- pero sin ninguna identificación de taxi
Le pregunto el porqué.
-Porque si tu tomas un taxi significa que tienes dinero, entonces te bajan del taxi y te asaltan y probablemente te matan.
Subimos al Sentra blanco, el hombre de piel cetrina y de mirada fría nos saluda con amabilidad profesional, pero con enorme distancia.
Llegamos a la interesección del Blvd. Arnulfo Romero y la 2a. Oriente. La catedral de dimensiones colosales se presenta como una montaña en medio de una centro urbano descuidado, tomado por el óxido y el abandono. Ascendiendo por la escalera atrial del templo, en el que no se puede -ni se debe-tomar fotos, evoco imágenes de la premiada "Salvador" de Oliver Stone y del "Romero" protagonizada por el inolvidable Raul Julia. Un escalofrío me recorre el espinazo, mientras me acerco al magnífico altar donde cayó asesinado el mártir, bajo las balas de los escuadrones de la muerte, que luego alimentaron las bases del partido ARENA. Armando me hace una seña y me paro disimuladamente, entre su celular con cámara y el presbiterio. En el preciso momento en que suena el clic, alzo a ver la enorme cúpula y pido al alguien o a algo allá en lo alto, por el alma del querido Monseñor. El portero que barre cerca de los muros del retablo pictórico nos mira con sospecha.
Al salir, miro las estampas con la imagen de Romero y los libros, mientras Armando me comenta:
-El del taxi estuvo veinte años en el ejército, por eso es que yo no le doy mucho carrete sobre algunos temas.
Por supuesto, yo si que decido hacerlo hablar y empiezo por hacerle a Armando un comentario inocuo, casi aséptico, a manera de jalalenguas para el conductor.
-¿Alguna vez la guerrilla estuvo combatiendo en San Salvador?
El taxista irrumpe en la conversación y se suelta a decir:
- Dos veces: En la ofensiva del 81 y en lo que ellos llamaron la Ofensiva Final en el 90. Fíjese que atacaron en todo el país al mismo tiempo. ¡Cómo costó sacarlos de la capital! Estaban en las casas, se ponían la ropa de los dueños para confundirse, se subían a los edificios y desde ahí disparaban a la policía y al ejército con silenciadores. Los helicópteros va y va de volar, pero no los veían porque no estaban en las terrazas, sino en las ventanas. Já. Fue jodido...
Le pregunto si combatió.
- Primero en la policía, un año, luego en el ejército. Nos mandaban un año al frente, aunque fuera para dirigir el tránsito luego. A mi me mataron un hijo, de cinco años.
La edad de mi nena pequeña, me digo y no puedo menos que conmoverme, aunque mi corazón esté, como debe de estar, a la izquierda.
- Fíjese que un amigo mío era experto en bombas, sabía como hacerlas de todo tipo y tamaño y estaba en la fuerza. A el, alguien lo denunció como guerrillero, y los mismos soldados, sin investigar, se fueron para su casa y mataron a toda la familia, siendo que eran compañeros de él. Cuando el hombre vio aquella matazón, se volvió al cuartel. Puso una bomba en el casino, otra en la gasolinera del cuartel, otra en la puerta por donde pasaba el general. A las mismita hora, activó todas las bombas y voló todo aquello. En ese instante se fue del cuartel, directito para el monte con los combatientes, y ya no volvió a saberse de él.
Me cuenta también que tuvo amigos que se fueron al monte, y ahora mismo hay en la empresa de taxis, un exguerrillero y dos ex militares, y todos se llevan bien.
- Pasa el tiempo y uno ya ni se acuerda, eso ya quedó en el pasado.
Armando le da las indicaciones para ir al Museo de la Memoria Histórica. Llegamos luego de un par de preguntas en la calle. Entramos y en el mostrador que nos recibe una muchacha conversa con un hombre de mi edad. Ella le está contando una anécdota del conflicto, y nos dice
- Este mes es gratis el ingreso
- Genial- digo yo con acento ajeno
- Ah, pero si son extranjeros les cuesta un dólar
- Yo como Serrat, no me siento extranjero en ningún lugar- digo- donde haya lumbre y vino tengo mi hogaaaar- canturreo, mientras los cuatro nos reimos.
- Ah, pero eso no cuenta, me responde, a la vez que su compañero me pregunta de donde soy.
- De Ecuador- le digo, como buscando complicidad
- Ah, ¿pero sos de Correa, o de la contra?
- Mira, si fuera de la contra, no estaría aquí sino en el mall- le digo y nos volvemos a reir todos.
El museo tiene una exposición temporal de Salarrué, que se convierte en un hallazgo literario para mi, con sus hermosos textos y su sensibilidad de poeta, pintor y su misticismo universalista. Al fondo, encuentro mi tesoro, que es la recreación de Radio Venceremos, con los equipos originales desde los cuales se transmitía a gran parte de América Latina y por supuesto a las montañas salvadoreñas, la versión insurgente del conflicto, sus entrevistas, su inyección de ánimo y su moral revolucionaria. Las fotos y el montaje son sencillos, pero impactantes. Las caras jóvenes, casi niñas, de los insurgentes, el entusiasmo épico, imposible ya en estos tiempos de heroismos invisibles. En varias de las fotos está Santiago, sobrenombre de guerra del periodista venezolano Carlos Henríquez Consalvi, quien tuvo a su cargo la operación y dirección de la emisora. Me asombra saber que nunca pudo ser detectada, ni por el ej{ercito ni por los gringos, porque estaba bajo tierra, y sus antenas, camufladas al interior de un enorme árbol y protegida además por la complicidad de algún espíritu maya.
Armando y yo salimos al mostrador, elegimos un par de libros y dvd´s cada uno, y en ese momento nos topamos de manos a boca con el propio Santiago que sale del museo. Conversamos un par de palabras y le pido tomarme una foto con él, que accede gustoso y cruza el brazo encima de mi hombro en actitud familiar que queda grabada en el Nokia de Armando.
La mañana está por agonizar y nos bajamos en la Gran Vía, un impresionante mall, de jardines, golfitos, paseos y guardias, a tomar el mejor café local y a seguir resolviendo el mundo, tras de una vidriera muy elegante, con una hermosa arquitectura como panorama y la visión de las mansiones con helipuertos del monte vecino, donde según me dice Armando, viven las 12 familias que han controlado este país antes, durante y después de la guerra.
Ahora, el FMLN es gobierno y Mauricio Funes, un presidente con tres meses de ejercicio y un tino enorme para manejarse en este país donde los odios políticos parecen haber amainado, sin dejar de palpitar, y donde tres millones de armas están en manos de la mitad de los seis millones de salvadoreños. Reflexiono y pienso que ahora estoy en el mall, no en el museo, pero que sigo sin estar en la contra ecuatoriana. He sobrevolado muy levemente los dos lados del conflicto armado y he estado en los dos lados de la vida y de la muerte en solo una mañana centroamericana. Pago los dos cafés empuñando la poco heroica y muy fucking tarjeta de crédito. A Armando le gustaría presentarme a su amigo, el hijo de Roque Dalton, pero parece que anda filmando algo en los Estados Unidos. Guardo la factura en el bolsillo trasero y bajamos a esperar a Olga que nos va a recoger en la puerta de la tienda que vende Ferrari, Maserati y Porsche para todo El Salvador. Me rio hacia adentro y me repito burlona y mentalmente ... todo El Salvador . La vidriera quita el aliento con modales pornográficos. Compruebo que en mi sobre manila estén mis libros sobre Radio Venceremos, mis vídeos sobre el conflicto, y le hecho una mirada casi obscena al Porsche Speedster 256 que me hace un guiño plateado y clásico desde detrás del vidrio inalcanzable. Compruebo, antes de subir al auto de Olga, que mi pasaporte está en el pantalón y que mi corazón sigue estando a la izquierda y que allí anida todo el resto del El Salvador, que no cabe en la vidriera.

jueves, 1 de octubre de 2009

CARNE DE FRONTERA

El Tica Bus es cómodo, enorme y climatizado. El viaje se desarrolla con morosidad y bajo ramalazos de agua, me hace evocar un abanico de recuerdos ajenos . El paso de frontera es muy ordenado y se deja Guatemala con la sensación de que no se la deja , pues la línea que la separa de El Salvador es inútil porque en la realidad, no divide casi nada. El ser ecuatoriano en esta raya arbitraria implica muchas cosas, ninguna de ellas favorable para el viaje. El revisor salvadoreño sube chequeando de puesto en puesto los pasaportes y las cédulas. Es cosa de segundos para los gringos, las francesas, el canadiense, los nacionales y los guatemaltecos. Me animo al ver que está por terminar, pero pronto se me va el entusiasmo cuando observo que revisa mi pasaporte con meticulosidad casi científica. Lo lee página por página, rasgo por rasgo, sello por sello. Comenta para si mismo:

- estos colores están muy vivos... - Se refiere a mi visado guatemalteco, estampado en el consulado chapín en Quito.

Mientras, me he puesto de pie, en parte para estirar las piernas y en parte para demostrar seguridad ante el escrutador funcionario.

- estuvo en Venezuela...

Le contesto con un si afilado y cortante, que le hace notar que fue en 1999 y que en ese año, estar en Venezuela solo significaba estar en Venezuela.

- Tiene visa americana...

En el exacto momento en que voy a decirle que si, pero que caducada, cambia la página y yo sobre la marcha cambio el guión y le respondo solo con un despectivo "Si".

- Mire Don, ahí al lado de la venta de pupusas, hay un ciber, sáquele copias a las páginas 1, 8 y 9 y regrese.

Bajo de un salto las escaleras del Tica Bus y atravieso la Panamericana en tres trancos. Saco las copias y me cobran 20 centavos de dólar. Me siento en casa. Giro, corro y me detengo a comprar un paquete de pupusas de a 3 por un dólar. Subo al Tica Bus con mi trofeo aún caliente en la mano derecha, y las pupusas en la izquierda.

- Mire Don- le digo- Aquí están las copias-

- Ah, vah, ta bueno. Espéreme un momentito Don.
Está cargándole la mano un poco al gringuito de atrás que va con un nacional. No sé si son una pareja gay o un par de predicadores, también gays, pero no emparejados.

-Ahora, atrás de la copia, póngale su nombre, los días que va a permanecer en El Salvador y la dirección a la que va a llegar. ¿Va a llegar a hotel?. Cometo el error de decirle que no, que llegaré a casa de amigos. Caigo en cuenta que tengo en el bolsillo la dirección de un hotel que anoté por si acaso, pero es muy tarde para dudar.

-espéreme un momentito- le digo, -voy a llamar a mi amiga para que me diga la dirección.

Marco el teléfono desde mi celular.

-Olguita, hola, estoy en migración en el paso de frontera, necesito con urgencia tu dirección

El bus entero empieza a molestarse, no con el revisor, sino con el extranjero, ya incómodo a estas alturas.

Mientras anoto apuradamente la dirección en el papel, bajo la mirada atenta del revisor, que busca de algún signo de duda o nerviosismo, ocurre. Se cae al suelo la batería del teléfono y la escena de mi llamada parece absurdamente falsa, porque he seguido hablando mientras la batería ya estaba en el suelo. Me siento perdido, e imagino que protagonizo la secuela de "Expreso de Medianoche" en versión mesoamericana. Antes de que el pánico progrese, el gendarme me dice

- Vah pues, bienvenido al Salvador.

Me siento aliviado, libre de la inminente cárcel turco- guanaca. El Tica Bus avanza contento hacia un atardecer glorioso, de postal, y en poco tiempo un letrero verde anuncia la cercanía de Santa Ana. Miro el maravilloso paisaje y me emociono recordando que mis padres vivieron su luna de miel y un año más, en esa ciudad. También me asaltan los recuerdos de la insurgencia y la guerra y todo se vuelve un mix coctelero que ataca directo al corazón. Abro el envoltorio de espuma y plástico de las pupusas y me llevo la la boca mi primer bocado del almuerzo, a las 5 pm. El infierno eterno ha comenzado en mis labios, lengua y paladar.

- ¡La gran puta, esto está que quema! digo a voz en cuello
- Desde hace demasiado , joven, desde hace demasiado...- me responde la señora del asiento de atrás