viernes, 2 de octubre de 2009

DOS LADOS TIENE UN ESPEJO

Salir al a calle en San Salvador parece, según se percibe, una aventura mayor aún que caminar solo por la capital guatemalteca. La Mara Salvatrucha y la M18 son los nuevos amos del asfalto y el cemento. Desde la prisión, sus líderes han convocado a golpear los barrios de clase media alta con secuestros express, robos de autos y asesinatos. A la Mara no se ingresa, se brinca. De la Mara no se sale, uno simplemente se tranquiliza. Esto significa que uno se ha convertido en siervo de Jesús, sin haber dejado la Mara. Uno va al culto, aplaude, llora, reza, cae postrado de rodillas, pero si se es convocado a un asesinato por el líder de la Mara, se debe cumplir con el compromiso de sangre. A la Mara, si se es hombre, se brinca recibiendo una golpiza por parte de los demás colegas. Si se es mujer, se hace el trencito, que implica tener sexo con todos los miembros del colectivo marero, en una sola jam sesion.
Salir a la calle es una aventura para dementes o alucinados. Se sale, desde los barrios altos, en auto propio solo a los malls o a sitios cerrados, de los mismos barrios altos. Si uno decide, como Armando y yo, salir al centro, se llama un taxi. Armando lo hace por los dos:
-Por favor, un taxi para el Alcázar- lo dice en su mejor acento cubano- pero sin ninguna identificación de taxi
Le pregunto el porqué.
-Porque si tu tomas un taxi significa que tienes dinero, entonces te bajan del taxi y te asaltan y probablemente te matan.
Subimos al Sentra blanco, el hombre de piel cetrina y de mirada fría nos saluda con amabilidad profesional, pero con enorme distancia.
Llegamos a la interesección del Blvd. Arnulfo Romero y la 2a. Oriente. La catedral de dimensiones colosales se presenta como una montaña en medio de una centro urbano descuidado, tomado por el óxido y el abandono. Ascendiendo por la escalera atrial del templo, en el que no se puede -ni se debe-tomar fotos, evoco imágenes de la premiada "Salvador" de Oliver Stone y del "Romero" protagonizada por el inolvidable Raul Julia. Un escalofrío me recorre el espinazo, mientras me acerco al magnífico altar donde cayó asesinado el mártir, bajo las balas de los escuadrones de la muerte, que luego alimentaron las bases del partido ARENA. Armando me hace una seña y me paro disimuladamente, entre su celular con cámara y el presbiterio. En el preciso momento en que suena el clic, alzo a ver la enorme cúpula y pido al alguien o a algo allá en lo alto, por el alma del querido Monseñor. El portero que barre cerca de los muros del retablo pictórico nos mira con sospecha.
Al salir, miro las estampas con la imagen de Romero y los libros, mientras Armando me comenta:
-El del taxi estuvo veinte años en el ejército, por eso es que yo no le doy mucho carrete sobre algunos temas.
Por supuesto, yo si que decido hacerlo hablar y empiezo por hacerle a Armando un comentario inocuo, casi aséptico, a manera de jalalenguas para el conductor.
-¿Alguna vez la guerrilla estuvo combatiendo en San Salvador?
El taxista irrumpe en la conversación y se suelta a decir:
- Dos veces: En la ofensiva del 81 y en lo que ellos llamaron la Ofensiva Final en el 90. Fíjese que atacaron en todo el país al mismo tiempo. ¡Cómo costó sacarlos de la capital! Estaban en las casas, se ponían la ropa de los dueños para confundirse, se subían a los edificios y desde ahí disparaban a la policía y al ejército con silenciadores. Los helicópteros va y va de volar, pero no los veían porque no estaban en las terrazas, sino en las ventanas. Já. Fue jodido...
Le pregunto si combatió.
- Primero en la policía, un año, luego en el ejército. Nos mandaban un año al frente, aunque fuera para dirigir el tránsito luego. A mi me mataron un hijo, de cinco años.
La edad de mi nena pequeña, me digo y no puedo menos que conmoverme, aunque mi corazón esté, como debe de estar, a la izquierda.
- Fíjese que un amigo mío era experto en bombas, sabía como hacerlas de todo tipo y tamaño y estaba en la fuerza. A el, alguien lo denunció como guerrillero, y los mismos soldados, sin investigar, se fueron para su casa y mataron a toda la familia, siendo que eran compañeros de él. Cuando el hombre vio aquella matazón, se volvió al cuartel. Puso una bomba en el casino, otra en la gasolinera del cuartel, otra en la puerta por donde pasaba el general. A las mismita hora, activó todas las bombas y voló todo aquello. En ese instante se fue del cuartel, directito para el monte con los combatientes, y ya no volvió a saberse de él.
Me cuenta también que tuvo amigos que se fueron al monte, y ahora mismo hay en la empresa de taxis, un exguerrillero y dos ex militares, y todos se llevan bien.
- Pasa el tiempo y uno ya ni se acuerda, eso ya quedó en el pasado.
Armando le da las indicaciones para ir al Museo de la Memoria Histórica. Llegamos luego de un par de preguntas en la calle. Entramos y en el mostrador que nos recibe una muchacha conversa con un hombre de mi edad. Ella le está contando una anécdota del conflicto, y nos dice
- Este mes es gratis el ingreso
- Genial- digo yo con acento ajeno
- Ah, pero si son extranjeros les cuesta un dólar
- Yo como Serrat, no me siento extranjero en ningún lugar- digo- donde haya lumbre y vino tengo mi hogaaaar- canturreo, mientras los cuatro nos reimos.
- Ah, pero eso no cuenta, me responde, a la vez que su compañero me pregunta de donde soy.
- De Ecuador- le digo, como buscando complicidad
- Ah, ¿pero sos de Correa, o de la contra?
- Mira, si fuera de la contra, no estaría aquí sino en el mall- le digo y nos volvemos a reir todos.
El museo tiene una exposición temporal de Salarrué, que se convierte en un hallazgo literario para mi, con sus hermosos textos y su sensibilidad de poeta, pintor y su misticismo universalista. Al fondo, encuentro mi tesoro, que es la recreación de Radio Venceremos, con los equipos originales desde los cuales se transmitía a gran parte de América Latina y por supuesto a las montañas salvadoreñas, la versión insurgente del conflicto, sus entrevistas, su inyección de ánimo y su moral revolucionaria. Las fotos y el montaje son sencillos, pero impactantes. Las caras jóvenes, casi niñas, de los insurgentes, el entusiasmo épico, imposible ya en estos tiempos de heroismos invisibles. En varias de las fotos está Santiago, sobrenombre de guerra del periodista venezolano Carlos Henríquez Consalvi, quien tuvo a su cargo la operación y dirección de la emisora. Me asombra saber que nunca pudo ser detectada, ni por el ej{ercito ni por los gringos, porque estaba bajo tierra, y sus antenas, camufladas al interior de un enorme árbol y protegida además por la complicidad de algún espíritu maya.
Armando y yo salimos al mostrador, elegimos un par de libros y dvd´s cada uno, y en ese momento nos topamos de manos a boca con el propio Santiago que sale del museo. Conversamos un par de palabras y le pido tomarme una foto con él, que accede gustoso y cruza el brazo encima de mi hombro en actitud familiar que queda grabada en el Nokia de Armando.
La mañana está por agonizar y nos bajamos en la Gran Vía, un impresionante mall, de jardines, golfitos, paseos y guardias, a tomar el mejor café local y a seguir resolviendo el mundo, tras de una vidriera muy elegante, con una hermosa arquitectura como panorama y la visión de las mansiones con helipuertos del monte vecino, donde según me dice Armando, viven las 12 familias que han controlado este país antes, durante y después de la guerra.
Ahora, el FMLN es gobierno y Mauricio Funes, un presidente con tres meses de ejercicio y un tino enorme para manejarse en este país donde los odios políticos parecen haber amainado, sin dejar de palpitar, y donde tres millones de armas están en manos de la mitad de los seis millones de salvadoreños. Reflexiono y pienso que ahora estoy en el mall, no en el museo, pero que sigo sin estar en la contra ecuatoriana. He sobrevolado muy levemente los dos lados del conflicto armado y he estado en los dos lados de la vida y de la muerte en solo una mañana centroamericana. Pago los dos cafés empuñando la poco heroica y muy fucking tarjeta de crédito. A Armando le gustaría presentarme a su amigo, el hijo de Roque Dalton, pero parece que anda filmando algo en los Estados Unidos. Guardo la factura en el bolsillo trasero y bajamos a esperar a Olga que nos va a recoger en la puerta de la tienda que vende Ferrari, Maserati y Porsche para todo El Salvador. Me rio hacia adentro y me repito burlona y mentalmente ... todo El Salvador . La vidriera quita el aliento con modales pornográficos. Compruebo que en mi sobre manila estén mis libros sobre Radio Venceremos, mis vídeos sobre el conflicto, y le hecho una mirada casi obscena al Porsche Speedster 256 que me hace un guiño plateado y clásico desde detrás del vidrio inalcanzable. Compruebo, antes de subir al auto de Olga, que mi pasaporte está en el pantalón y que mi corazón sigue estando a la izquierda y que allí anida todo el resto del El Salvador, que no cabe en la vidriera.

1 comentario:

Nina de Quito dijo...

Tas ya en tu viaje regreso o no? Vuelve ya para que me puedas conversar en detalle todas tus andanzas.