Tiene una bala en la nuca y ha perdido abundante plasma y sangre, pero no la conciencia. Sé que el torniquete que intenté no podrá contener mucho tiempo más la hemorragia. Con su último aliento se ha aferrado a mi espalda para no caer de la moto en que llegamos urgidos por su agonía. Un hombre y una mujer lo han ayudado a bajar y lo colocan rápida pero cuidadosamente en una camilla. A falta de quirófano, se han apañado para atenderlo en una mesa larga, forrada de metacrilato. Deben ser ocho o nueve pero parecen una nube de manos y brazos atendiéndolo. Alguien ha extraído la bala, otros aflojan botones y cinturón y lo desvisten. Las mujeres que parecen más experimentadas, le limpian la sangre y toman sus signos vitales. -No es grave dice el más alto de todos, mientras contengo las lágrimas. No se preocupe, el especialista no tarda en llegar, comenta una mujer de ojos verdes. Salgo tembloroso a fumar tras la puerta y veo acercarse a un hombre con gafas cruzando la plaza a grandes trancos, mientras con movimientos seguros se va quitando de encima la mochila. Debe ser él, me digo esperanzado. Dos detectives muy jóvenes me preguntan quién ha sido, cómo sucedió, cuál es el móvil y yo solo intento una hilera de respuestas confusas que no terminan de convencerlos. Una mujer delgada y despreocupada me ofrece una cajetilla de cigarrillos, mientras tras la vidriera me crispa el horror al ver cómo el especialista saca del esterilizador una daga, luego un puñal, más adelante un alfanje y finalmente una enorme katana japonesa. Estoy paralizado pero siento el corazón saliéndose a vuelcos de mi pecho. La mujer del cigarrillo me detiene con las manos en el pecho y me tranquiliza:
- Tranquilo. Hemos salido muy bien de cosas mucho más graves
El especialista y sus asistentes están agachados sobre el herido y aunque quiero no perder detalle, las espaldas del gentío sólo dejan ver los destellos de metales afilados que se baten bajo la lámpara amarillenta. La mujer del cigarrillo me sonríe mientras yo, de puntillas me afano por ver algo tras el ventanal y me dice a la cara:
– en serio man, tranquilízate. El especialista sabe lo que hace.
Cuento cómo vuelan una, dos, tres horas y por fin un muchacho de cejas espesas sale a la puerta: - Pasa por favor- . Me cuentan cómo han cortado el tejido muerto y como han desinfectado las heridas y las han suturado. Respiro profundo al verlo descansar apacible y fuera de peligro. Al salir alcanzo a ver bajo la mesa pedazos inútiles de escayola y esparadrapos totalmente empapados en tinta. El especialista disfruta mientras limpia con prolijidad y papel, su instrumental. Se da vuelta despacio y sonríe con boca y ojos mientras me conforta con varias palmadas en el hombro, al tiempo que explica:
- Bien…, aunque estuvo cerca, te aseguro que tu cuento vivirá.
Un mayordomo discreto
-
Hace tiempo que el mayordomo conoce que la relación matrimonial de los
dueños de la casa se encuentra en crisis. Cada noche, los escucha discutir
con elev...
Hace 11 años